domingo, 2 de septiembre de 2007

Rosario siempre estuvo cerca

Hace unos minutos se reconoció oficialmente el triunfo del socialista Hermes Binner como gobernador electo de la provincia de Santa Fe. Por primera vez en la historia argentina un candidato socialista se convierte en primer mandatario provincial.
Pero Binner no llegó solo, sino como líder del Frente Progresista, Cívico y Social, frente formado por socialistas, radicales y el ARI. El mismo ARI cuya cabeza, Lilita Carrió, se da la mano con López Murphy, lo que demuestra que para algunos derecha e izquierda no es más que la posición de los trampolines.
Soy socialista desde que tengo memoria, soy socialista a pesar de los socialistas, no olvido que Binner no se opuso al "proyecto K", ni sus coqueteos con el oficialismo, ni su historia, ni la incoherencia de base del Frente, ni... pero una parte de mí, posiblemente la menos racional, la que es aún una adolescente que jamás soñó con un socialismo en el poder a través de alianzas electorales con enemigos políticos, no pudo evitar una sonrisa.
Imagino que en la Casa Rosada esta manchita rojiza no alegró la noche. Es más fuerte que yo, mañana lo analizo, hoy me permito sonreir.

domingo, 26 de agosto de 2007

Ideología




Ideología, Suplemento de cultura del diario Clarín, ¿un error de tipeo? La e y la i están demasiado separadas para eso ¿¿no??


O será una nueva forma de ideología...

jueves, 12 de julio de 2007

La despedida

Era la meta desde el comienzo de la relación, aunque nunca lo hablaban y hasta evitaban imaginarlo. Sabían muy bien que el final había comenzado justo al principio. Encuentros y desencuentros, pasión y reproches.

-Te llamé y no estabas.
-Mi esposa se enfermó y debí llevarla al médico.
-No puedo llamarte siempre, ya sabés que mi esposo llega temprano .

Infinitas explicaciones que giraban siempre alrededor de la misma situación, y eternos intentos para frenar un final largamente anunciado. Miradas condenatorias, palabras sin futuro…


¿Hasta dónde llegamos con nuestros límites? Los vamos haciendo avanzar, en una acción desesperada por conservar dentro de nuestro territorio aquello que creemos poseer y que queremos conservar, sin ver que nos salimos del lugar donde estamos protegidos y entramos dentro de un “territorio de nadie“.
Detenerse a tiempo y volver al caudal es la opción más razonable, la que más cuesta y la que tomamos en última instancia, cuando agotados, nos damos cuenta que sólo corremos intentando alcanzar a alguien que nunca estuvo realmente allí para ser alcanzado.

La despedida se hace presente mucho antes de que nosotros reconozcamos que allí está, acechando implacable. Y cuando finalmente podemos sentirla presente, prolongamos, en engañosas maniobras y desesperadas acciones, ese momento.
Porque hasta el sufrimiento es, a veces, preferible a la nada.

lunes, 25 de junio de 2007

Atrapados sin salida

Cuando leí este anticipo, diez horas antes del cierre de los comicios, pensé que era lamentablemente cierto. Luego vi el comentario de Dark Tide, en el blog de Fede, " después de estas elecciones queda confirmado que, cuando dicen que los porteños somos unos pelotudos, en el 60% de los casos tienen razón" y, más allá de que no sé qué adjetivo usaría para el 40 restante, pensé que no era tan así la proporción, pero después vi que 1+ lo explica claramente. En ese punto decidí no leer más blogs, o no me quedaría nada por decir.

Algunos detalles me llamaron la atención a lo largo de la aburridísima cobertura mediática de la "decisión capital". La primera fue la llegada de Macri al sacrosanto acto de meter su sobre en la urna. Había visto ya la llegada de los demás candidatos, pero la de Mauricio fue un despliegue innecesario y desproporcionado de fuerzas de seguridad. No sólo lo flanqueaban los patovicas de turno (como a los demás candidatos) sino varios miembros de la Policía Federal, y un cordón de Gendarmería. Me pareció coherente con su política, pero muy simbólico que su tan repetida relación carnal con la democracia se produzca bajo la vigilante mirada de las fuerzas del orden.
En el mismo sentido también me "gustó" (por su coherencia) la frase que soltó la carismática Gaby Michetti cuando le preguntaron por los atentados contra algunas sedes del PRO: ya "haremos" la "acción política necesaria" y "no volverá a pasar". Me dio un poco de frío pensar cuál sería esa acción política, como para que se sienta segura de que nadie en el futuro tirará una molotov.
Luego, y esto a lo largo de toda la campaña, esa insistencia en que el PRO no agravia, no revisa el pasado, quiere reconciliarse con el pasado (demasiado repetida su negación al pasado, si fuese malpensada me preguntaría si no será que no tienen respuestas ante esas denuncias), una buena metodología de psicología inversa, más o menos como que me acusen de haber robado y distraiga diciendo que no respondo agravios porque yo no soy mentirosa. Más o menos como la cara de Mauricio (que, no olvidemos, es Macri) cuando dejó que durante varios minutos sus seguidores cantasen "es para Kirchner que nos mira por TV" y después, con gesto de reto de papá, los silenciase con un "no, eso no es PRO". Un muchacho de reacción lenta.
Me quedé un rato, el tiempo que mi estómago lo soportó, viendo los festejos, hinchas gritando “dale campeón” con algunas banderas de Boca (supongo que se trataría de algunos desvelados que aún continuaban festejando la copa), la pobre María con sus 90 y tantos años a cuestas y su sonrisa de “no sé qué pasa pero están todos felices, así que soy feliz” (ya usó una nena y una anciana, le falta salvar un gatito y bingo) y la música. Escuchar la versión roqueada del tema de Gilda “No me arrepiento de este amor” por Attaque 77 fue el punto final. Todos tenemos límites, y escuchar Attaque con la bandera de Macri fue el mío.
Escuché entonces a los sabios de costumbre, Antonio Laje (alguna ley debería prohibir que una voz como esa diga cosas como esas) apenas disimulando su felicidad, el patético Majul tratando de ser cauteloso pero jugado. Y todos, invariablemente, hablando del futuro del país, explicándonos que el triunfo de Macri es representativo de una surrealista realidad nacional. Que me perdonen mis porteños queridos, pero sólo la típica soberbia porteña puede generar esos análisis.
Cuando decidí que era más sano ver una película me dije que es una suerte que no sea porteña, aunque no dudo que habrá una pronta metástasis. Descubrí entonces que estaba casi deprimida, rayada, molesta, impotente, y que ¿¿¿prefería que hubiese ganado Filmus???. Por un segundo me asusté de mí misma. Por suerte me tengo a mí para volverme a la realidad
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jueves, 31 de mayo de 2007

La edad de la dignidad

En libre asociación el último post de 1+ me trajo recuerdos de infancia.
Mi hermano menor nació con una malformación en su columna vertebral que, a medida que fue creciendo, le provocó problemas respiratorios al no permitir el libre desarrollo de sus pulmones. Desde muy chico sufrió intensos dolores y se sometió a cruentos tratamientos llamados "de tracción", hasta que, en su adolescencia, tuvo una cirugía reconstructiva que le permitió, y permite, una buena vida. En aquellos años el tratamiento no se realizaba en La Plata, mi ciudad, por lo que había que viajar a Buenos Aires una vez al mes, e internarse con él un par de días.
Mi mamá solía viajar unas horas antes para encargarse de todos los trámites previos (que siempre significaban horas de corridas de aquí para allá), y luego iba a esperarlo a la terminal de ómnibus, donde llegaba acompañado por mi papá, cuando podía pedir el día en su trabajo, o por una buena amiga de ambos.
Una mañana quien iba a acompañarlo enfermó, y mi papá se enfrentó a una situación complicada, no podía ausentarse a su trabajo, ni avisarle a mi mamá que viniese a buscarlo, en parte porque aún no se habían inventado los teléfonos celulares, en parte porque de todos modos no llegarían a tiempo. Yo tenía entonces doce años, mi hermano, siete. Mi papá me miró serio y preguntó "¿te animás a llevarlo?". Le respondí que por supuesto que me animaba, siempre que le dijera que me hiciera caso. Me sentí muy importante, y disimulé el pánico.
Llegamos a la terminal y mientras subíamos escuchando sus mil recomendaciones, que, hacia mí, se centraban en "no lo dejes mover mucho" (ya que le provocaba dolor), se acercó a hablar con el chofer del ómnibus. Exagerado, como siempre, le había explicado la situación, lo que me hizo sentir avergonzada porque yo ya no era una nena (quizás en ese momento había dejado de serlo) y sabía, o al menos suponía, que había cientos de chicos de mi edad que viajaban solos.
El ómnibus iba repleto, conseguimos un asiento para mi hermano, y yo me quedé parada a su lado. Durante el trayecto se detuvo varias veces, y la gente que seguía subiendo me fue empujando hacia atrás, por lo que sólo veía su cabeza que asomaba apenas por encima del asiento cuando el movimiento de los cuerpos entre nosotros me lo permitía. Mucha gente, al ver que iba atestado, elegía esperar al próximo.
En un momento vi que una mujer que para mis doce años era una anciana (ahora sé que no tendría más de sesenta) le hablaba. Me sobresalté un poco, pero no demasiado. Pocos minutos después volví a verlo, esta vez parado, mientras la mujer estaba cómodamente sentada en su asiento.
Comencé a empujar a todos hasta llegar a su lado y le pregunté enojada "¿por qué te levantaste?", él me miró entre asustado y confundido y respondió "no me levanté, la señora me dijo si la dejaba sentar en la punta y me empujó". Con mucha bronca y todo el miedo a cuestas, ya que estaba enfrentando a un adulto, le dije (de mal modo) "señora, salga, este asiento es de mi hermano". No me respondió, como si le estuviese hablando a alguien de otro planeta. Con más rabia le toqué el hombro y casi le grité "le dije que se levante, que acá estaba mi hermano". La mujer me miró sorprendida y ofendida y respondió "él se levantó, mocosa insolente". "Él no se levantó, lo sacaste" le respondí en el colmo de la mala educación (no se tutea a una mujer mayor). "Callate o llamo al chofer" me dijo tratando de bajar la voz porque demasiadas miradas caían sobre nosotros. "Llamalo, dale", le grité, esta vez con la intención de que él me escuche, lo que conseguí, ya que detuvo el vehículo y se acercó a ver qué pasaba.
Mis dotes diplomáticas estaban aún en pañales en aquella época, por lo cual mi explicación estuvo plagada de respuestas airadas a lo que la mujer decía, más que destinada a aclarar la situación. Que otros pasajeros se metieran a dar su versión no ayudó mucho. Comprendí en ese momento que el excesivo celo de mi viejo rendía frutos, el chofer nos "conocía", y sabía que mi hermano debía viajar sentado, y que por sí mismo no se sometería a lo que seguramente le provocaría dolor. Se lo explicó a la mujer, la cual cambió de expresión de inmediato, y mirándome amablemente dijo con voz casi cariñosa, mirando de reojo al resto del pasaje, "pero querida, me hubieras explicado sin enojarte".
En ese momento pensé por qué debía darle alguna explicación, de hecho ella había elegido subir a un ómnibus lleno. Hoy lo sigo pensando, ampliándolo un poco, hoy me pregunto qué le da derecho a alguien, tenga la edad que tenga, de abusar de ella, de usarla para apropiarse de los derechos de otros (sobre todo si ese otro es más vulnerable). Obviamente ver a una persona que por cualquier causa esté en inferioridad física respecto de mí, en una situación en la que yo puedo hacer algo, es razón para querer hacerlo, y agradezco a quienes lo hicieron cuando yo lo necesité, pero es decisión de cada uno, y no tiene ninguna relación con enarbolar el estandarte de la supuesta o real "indefensión" para exigir que el mundo les tolere todo. Y la vejez suele ser un estandarte.
Dicen, y la he visto con mudo respeto, que hay dignidad en la vejez, pero no creo que haya más que la que la persona tiene y tuvo en su vida. No se es digno por ser viejo, la dignidad no es un valor agregado a la edad. Quien fue indignamente abusivo a los cuarenta, seguramente lo será a los ochenta, a menos que haya crecido, además de avejentarse.

martes, 15 de mayo de 2007

Sólo un abrazo

Para Maun
El 15 de julio de 1993 decidí levantarme tarde. Mis cinco meses de embarazo venían un poco complicados, y el descanso era el consejo de todos.
Dicen que estar embarazada produce sueño, y esa mañana parecía que toda la tradición se empeñaba en expresarse. Entredormida escuché el timbre, y luego algunos sonidos que me resultaron extraños, pero conocidos. No le di importancia y seguí durmiendo. "Despertate" me estaba diciendo mi pareja cuando reaccioné, aún sin comprender por qué no me dejaba dormir. "Quedate tranquila, pero falleció tu papá" continuó. Tardé unos cuantos interminables segundos en entender esas palabras, y mucho más en comprender su significado. No tenía ningún sentido, si ayer habíamos quedado en ir al centro esta tarde...
Horas después mi cuñada se acercó a preguntarme si necesitaba algo. "Sí" le respondí "que ya sea el año que viene". Ya en ese momento sabía que sólo el tiempo tendría el poder de sanar. Me abrazó en silencio, y eso era lo que en ese instante necesitaba.
Trece años pasaron desde aquel día en el cual sentí que me habían amputado vida, hasta hoy, cuando el recuerdo es triste y dulce, cuando ya no angustia, un momento que aquel día creí que nunca llegaría, pero llega.
Una historia única, y repetida hasta el infinito en cada uno que enfrentó ese instante.
Y cuando somos el otro, el que no está viviéndolo, sabemos que las palabras no sirven, frases hechas, intentos burdos de decir lo indecible, y de estar, que sepan que estamos, cuando quieran, como quieran. Y cuando somos ese otro a veces no sabemos otro lugar desde el cual expresarnos que no sea el situarnos a nosotros mismos en él.
Un blog no es un espacio para decir cosas íntimas, o sí, qué sé yo, y qué importa.
Es el espacio que yo encuentro hoy, querida amiga, para decirte que estoy, aquí, a miles de kilómetros, pero cerca. Para apostar al tiempo, para asegurarte que aunque en cada uno es único, todos los que estuvimos en ese lugar alguna vez aprendimos que un día nos despertamos y ya no duele, se siente aquí, en la boca del estómago, pero el pecho ya no ahoga.
Para darte un abrazo a mi manera.
Sólo espero que llegue pronto tu "año que viene", cuando pensar en tu viejo te despierte una sonrisa ante el recuerdo de ese loco delirante que no aceptó ser anciano y prefirió recorrer la costa en una moto con sus casi ochenta años en el bolsillo.
Y mientras ese día no llegue, sabés que contás conmigo.

viernes, 27 de abril de 2007

Por el camino de Swann

Los recuerdos de la niñez no dejan de asombrarme, nunca podemos imaginar que ese momento de nuestras vidas quedarán grabados en nuestra memoria de las maneras más inesperadas.
Los olores son para mí un conductor directo a mi pasado más lejano, así es como cada vez que me llega el perfume de rosas, pienso inmediatamente en mi madre, en una escena concreta donde ella cuida con amorosa dedicación un rosal, de rosas "color ladrillo", como ella las llamaba y que infructuosamente busqué durante años para plantar en mi jardín, no sé si quería repetir o prolongar en mí aquella visión.
Lo mismo me pasa con el “olor a sangre de hormiga“….claro, algunos podrán creer que mis percepciones olfativas me están jugando una mala pasada, pero no es así; hace muchísimos años, siendo una niña pasaba horas jugando con mi hermana, mi fiel compañera de juegos, teníamos un jardín grande con paraísos y eucaliptus, nos trepábamos y corríamos y caíamos rendidas de cansancio sobre el césped, como ese día en particular, que sin darnos cuenta, caímos de espalda sobre un hormiguero y sobresaltadas y muertas de risa comenzamos a pisar a las amenazantes hormigas. De pronto las dos y al mismo tiempo sentimos ese olor dulzón y penetrante, nunca supimos qué era, pero en ese momento pensamos que era el olor de la sangre de las pobres víctimas de la matanza, así lo decidimos en ese momento y a pesar de no haber vuelto a hablar del tema ese olor se grabó en mi memoria.
Hace pocos años, en ocasión a una visita que hacía a mi hermana, salimos a pasear por un parque cercano a su casa, después de andar un rato y justo cuando nos salimos del camino para pisar el pasto, volví a oler el mismo olor, no era la primera vez que me pasaba, pero sí la primera vez en presencia de mi hermana, ella me miró y sin dudarlo me dijo "¿vos también sentís ese olor a sangre de hormiga??“… más de 30 años habían pasado y las dos guardábamos el mismo recuerdo en la memoria y volvimos a reírnos como aquellas dos niñas del pasado.
Porque el pasado no es un tiempo perdido, nuestra memoria guarda de las maneras más increíbles nuestros recuerdos y que a veces y de manera sorpresiva y arbitraria salen a flote para unirse a nuestro presente y como Proust en su obra, todo comienza con una taza de té y una magdalena para reavivar los recuerdos.